Arctic Monkeys: el último gran mito





Ten cuidado hacia dónde te llevan tus pasos, de Shiffield a la Ciudad de México hay miles de kilómetros, cientos de anécdotas, pero una sola historia. Los Arctic Monkeys, hoy, confirman que han dejado de ser una banda de unos cuantos, para llenar estadios de ochenta mil personas. Hoy, Alex Turner magnificó su propia leyenda.


La tarde tibia de primavera se dispara, el aire de la brisa resopla e inunda con su electricidad el titán de concreto que se posa al oriente de la ciudad. Esta vez, dispuesto a ser testigo de la consagración de cuatro ingleses en la caótica Ciudad de México.

Lejos, ha quedado ya aquel primer encuentro con el público mexicano, en aquella surreal noche, donde unos precoces Arctic Monkeys sólo tuvieron unos poco minutos para sostener su propio mito, sobre un escenario precariamente construido en el estacionamiento del Estadio Azteca. Sin embargo, hoy es distinto.

El cuarteto de Shiffield tiene una particularidad que los ha distinguido sobre otras bandas contemporáneas a su tiempo, y es palpable hoy en las gradas. Alex Turner, vocalista y líder casi mesiánico del grupo, busco hasta el cansancio evolucionar su sonido hasta lograr su cometido: impactar a varias generaciones de fanáticos. Tanto al adolescente que creció con ellos y hoy es quizá padre de familia, hasta los millenials de dieciocho años que corean las canciones más recientes. Es un fenómeno que pocas bandas consiguen lograr y salir victoriosos de tan complicado proceso.

Después de calentar el escenario con Miles Kane y The Hives, banda sueca con una historia tan particular que merece un texto propio. Las luces hacen mutis, hasta la entrada de “Do I Wanna Know?”, el público estalla en júbilo. Y no es para menos, han pasado casi seis años desde su última visita, había una necesidad incontrolable por presenciar al último bastión de un género aparentemente moribundo. Los Arctic Monkeys son el último gran mito que el rock ha generado en casi dos décadas.


Viejas y nuevas canciones, sorprende el darse cuenta lo vasto que se ha convertido el repertorio de Turner y compañía, en noches así, siempre hará falta espacio para pequeños cortes que no llegaron al repertorio final. Las ovaciones por nuevos y viejos clásicos son instantáneas, desde la energía de sus primeros años con I Bet You Look Good On The Dance Floor, pasando por la conmovedora y peculiar lirica de Cornerstone o el nacimiento de un nuevo hit cómo Four Stars Out of Five. Cimbra la capacidad que tienen de crear canciones que sigan conectando con su público.


Y en medio de todo ello, Alex Turner, el adolescente que alguna vez tuvo miedo de cantar frente a un micrófono y prefería ocultar su acento británico. Esta noche se encuentra de pie, allí, inerte con el gesto adusto, casi inexpresivo, admirando la obra que el mismo ha creado, contemplando esas miles de luces que se pierden en su horizonte, encumbrándose en lo que él sabe, es una confirmación de que hoy por hoy son una de las bandas más grandes en el globo terráqueo.

Al final, todo es gozo, los ochenta mil espectadores se van satisfechos por haber sido testigos de una experiencia irrepetible. Los Arctic Monkeys saben que no hay nadie que se les equipare, se saben dueños de un momento único que pareciera haber sido diseñado a propósito- Pero el futuro es incierto, bien podrían separarse el día de mañana y eso sólo reforzaría lo que hoy son, el primer gran mito de la música alternativa del siglo XXI.


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